CADA ROCA, CADA MONTAÑA

Octavio Paz cierra de manera contundente su prólogo a Las enseñanzas de Don Juan, al condensar finamente los lineamientos de Castaneda de forma pétrea: La mirada anterior, a la que se vuelve, es el momento preciso en el que el ser ve sin anteponer criterios ni juicios de valor. Esa es la enseñanza más grande que los brujos le otorgaron a Castaneda, dice Paz.

Concebir que el prodigio, estriba en que la realidad misma, el mundo cotidiano es ya un prodigio por cuenta propia sin que eso suponga a nuestro entendimiento un acto de magia, brujería o hechicería.

Una mirada anterior, es un vistazo a la primeridad. El momento justo en el que Adán abre los ojos por primera vez y acapara el mundo. Así, sin juicios de valor, sin marcos de referencia socioculturales, sin apreciaciones estéticas. El retorno al niño pero no al pasado, sino al niño en el ahora.

Hace unos años, recuerdo, me gustaba salir a la terraza de mi casa a olisquear el café matutino mientras los primeros rayos del sol doraban la maleza de los terrenos baldíos que rodean mi apartamento; en ese tiempo me acompañaba mi gata Damedatevishidú, apodada por los amigos simplemente Vishi. No era madre aún, no sabía de las exigencias de 6 voraces machitos juguetones. Cierto día le presté más atención de la que siempre le prestaba, había sido una noche fría, quizá octubre o noviembre. Me desperté a mi ritual diario de poner la cafetera a bufar humos en la cocina, limpiar cacas, acariciarle el lomo y llenar el recipiente de alimento.

Encendí un puro y me dispuse a salir a la terraza; como gárgola, me enquisté en una de las alfardas de la escalera y Vishi se adueñó de la otra en donde nos pegaba el sol matutino que apenas si calienta lo necesario como para vaporizar el rocío y hacer las mañanas más frías aún.

Pude ver que vishi tenía sus ojos cerrados y se hacía bolita acuerpando su ronroneo. Ahí fue cuando secuestró mis sentidos: Primero, el vientecillo tímido en la terraza llevó el humo hasta sus fosas nasales y lo detestó al momento frunciendo de más el seño y exhalando con fuerza, aparté el humo, lo eché para otro lado, no quería incomodarla. Después fui viendo la manera en la que dirigía sus orejas [como embudos sonoros] hacia los diversos emisores de sonido: aves varias que llegan a comer a los viejos árboles, ardillas, perros de los vecinos, incluso mi sorber del café y la exhalación del humo.

El oído de los gatos es cosa seria.

Me percaté entonces que a la par de sus orejas, sus fosas nasales se ensanchaban o achicaban, como si fuera tocando los sonidos, como si Jean Baptiste estuviera adentro de mi gata, de pronto un olor le condujo a algo más, entreabrió la boca y con la punta de la lengua entre los dientes se entregó al regocijo de aquello inasequible aún para los ojos.

El olfato de los gatos es cosa seria.

Nunca supe qué fue aquello que la secuestró. A los minutos, abrió tímidamente los ojos y yo comencé a elucubrar ideas varias: un gato en la mañana es como la cueva de Platón.

Nosotros ya no tenemos ese vínculo con nuestro gato matinal. La sociedad decididamente líquida [es más, gaseosa], nos predispone a amoldarnos a situaciones cada vez más cambiantes, más vertiginosas, más volátiles. Adheridos a la inconsistencia no fincamos cimientos en nada porque todo tiende a derrumbarse a fuerza de cambio.

Y no es que pugne por la osificación de los supuestos, sino que a veces es necesario tener una piedra angular en este mundo de cantos rodados; a veces hay que cavar trincheras para estacar bien las casas, que hundan sus raíces en la tierra y la sientan de vez en cuando.

En esta realidad líquida, a veces como un remanso calmo, a veces como tempestad o barrancada, es preciso convertirse en roca una o dos veces al día; petrificar el instante, contemplar sin prejuicios y sin aproximaciones estéticas. Ver implica incluso no con los ojos.

El prodigio se esconde en cada roca que es a su vez una montaña para alguien más.

Estar sobre la roca, recargarse en ella, rodearla, abrazarla, ser la roca, una o dos veces al día.

Ser la montaña.

F.

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